José Pérez Fernández ha formado parte de esa élite de altos funcionarios por cuyas manos transita gran parte del poder de decisión y coerción del Estado; es el poder de los segundos niveles, de esos hombres que sin necesidad de dar la cara, porque no son ministros ni siquiera secretarios de Estado, mueven tras las bambalinas los hilos de decisiones que luego se plasman en el BOE, gobierne PSOE o lo haga el PP.
Ha formado parte de esa élite de altos funcionarios por cuyas manos transita gran parte del poder de decisión y coerción del Estado; es el poder de los segundos niveles, de esos hombres que sin necesidad de dar la cara, porque no son ministros ni siquiera secretarios de Estado, mueven tras las bambalinas los hilos de decisiones que luego se plasman en el BOE, gobierne PSOE o lo haga el PP. Hablamos de José Pérez Fernández, Pepe Pérez, un “economista ilustrado” –así ha sido descrito- cuya brillante carrera acaba de terminar en oprobio al ser despedido de la presidencia del Banco Madrid, una pequeña entidad intervenida por el Banco de España (BdE) bajo la acusación de dedicarse a blanquear dinero negro de mafias diversas. Todo un baldón. Profesor ayudante en la cátedra de Luis Ángel Rojo, el padre putativo de todo economista de izquierda de cierto fuste surgido durante la Transición, Pérez siguió la senda de su maestro desde la Universidad al BdE, dispuesto a convertirse en “una de las figuras clave del sistema financiero español”, según elogio de sus exegetas. Tras incorporarse en 1972 al Servicio de Estudios de la entidad que Rojo dirigía, el propio Rojo, recién nombrado gobernador del BdE, lo nombró en 1992 director general de Inspección, es decir, jefe de policía del sistema bancario. Y en esto llegó la crisis de Banesto, cuya intervención (“había una clara insolvencia contable; se había consumido el capital. El banco no podía salir adelante sin un plan de saneamiento”) se llevó a cabo con los informes de los inspectores de Pérez.
Tras un poco afortunado paso por el área de mercados del BBV en 1995, Pérez recaló en la presidencia de Intermoney, en teoría una sociedad de valores pero en realidad un selecto club de economistas y políticos socialistas que se hizo famoso durante las dos legislaturas de Rodríguez Zapatero por suministrar al piernas de León muchos de sus altos cargos y asesores en la sombra, caso de Carlos Arenillas (vicepresidente de la CNMV), David Vegara (secretario de Estado de Economía), Miguel Sebastián (jefe de la Oficina Económica y después ministro), Soledad Núñez (directora del Tesoro), José Carlos Díez, uno de los fontaneros de ZP, y last but not least, el propio Pepe Pérez. Entre otros. El grupo (los llamados “cuatro de Intermoney”) protagonizó también alguno de los escándalos más notorios de la era Zapatero, caso de la OPA de GN sobre Endesa o del intento de asalto a mano armada del BBVA, a cuya presidencia se postuló Pérez. Mucho se ha escrito sobre estos intentos fallidos, pero casi nada sobre el auténtico golpe que, en la sombra y de la mano del gobernador del BdE, Miguel Angel Fernández Ordóñez (MAFO) protagonizó el grupo, como ideólogo del proceso de transformación de las Cajas mediante la creación de los SIP (Sistema Institucional de Protección), un invento que devino en fracaso sin paliativos pero que permitió a Pepe y a sus amigos hacerse ricos.
MAFO impuso que fueran sus amigos quienes se comieran el turrón, hasta el punto de que no pocos competidores, consultoras y bufetes, se quejaron con dureza
El grupo, en efecto, estaba integrado por Cándido Pajares, socio de Uría & Menéndez (a cargo de la parte jurídica), Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales, AFI (diseño de la operación), y el propio Pérez (como Intermoney y en representación de las entidades). Tras el primer SIP (Banca Cívica) que empezó a operar en junio de 2010, vinieron muchos más. Aseguran en el propio BdE que el trío se puso hasta las cachas de ganar dinero. Y todo porque el BdE del malhadado MAFO impuso que fueran sus amigos quienes se comieran el turrón, hasta el punto de que no pocos competidores, consultoras y bufetes, se quejaron con dureza. Uno de ellos fue Price Waterhouse, donde desde noviembre de 2008 y tras la quiebra de Lehman Brothers se empleaba Luis de Guindos, ex secretario de Estado de Economía con Rodrigo Rato. Tanto Price como Guindos esperaban meter la cuchara en ese proceso de reestructuración de las Cajas. No se comieron un colín, porque así lo quiso MAFO.
Tras la aventura, Pérez (“El padre de los SIP”), protagonizó otra curiosa pirueta. Ocurrió que la Banca Privada de Andorra (BPA) llevaba tiempo peleando por una licencia bancaria en España. Y el citado, quién mejor, se la gestionó con eficacia ante sus amigos del BdE. Se trataba de la ficha del Banco Madrid, por aquel entonces un cascarón vacío tras haber pasado de Banesto a Deutsche Bank (fue precisamente Pérez quien, como responsable de la Inspección, obligó a Conde a venderlo a los alemanes en febrero de 1993, por la nada despreciable suma de 42.000 millones de pesetas), y de Deutsche Bank a la Kutxa vasca, quien en el verano de 2010 la dejó en manos de BPA, no sin que antes Andorra se comprometiera con España a abandonar su estatus de paraíso fiscal. Y naturalmente fue MAFO –el personaje que ha hecho del antaño venerado BdE una de las instituciones públicas más corruptas de España- quien impuso a los andorranos a Pepe Pérez –que había quedado aislado en un Intermoney del que habían saltado sus pesos pesados- como presidente de Banco Madrid cual garantía de buena práctica bancaria.
El “pollo” inexplicable del Banco Madrid
La aventura terminó el pasado 10 de marzo, cuando el Departamento del Tesoro USA anunció que estaba investigando al BPA andorrano por haber facilitado transacciones para el lavado de dinero de organizaciones criminales rusas, venezolanas y chinas, por no mencionar personajes tan familiares ya para los españoles como Gao Ping. Y de pronto esa “buena práctica bancaria” que según el inefable MAFO garantizaba su amigo Pérez, saltó por los aires. Desde ese día, los avatares de la intervención de BPA y la consiguiente e inevitable intervención de su filial española, con cambio de gestores incluidos, ha hecho correr ríos de tinta en los medios de comunicación como si de un nuevo caso Bankia se tratara, como si nos halláramos ante una reedición de la quiebra de Lehman, una exageración difícil de entender cuando se trata de una pequeña institución de banca privada que gestiona patrimonios a comisión (con algunos depósitos vinculados a esas carteras, cierto), que no sólo no está quebrada, sino que no tiene problema de liquidez y que en ningún caso representa riesgo sistémico alguno para un sistema financiero como el español que ha pasado ya por el Tourmalet de una crisis cuyo saneamiento ha costado más de 60.000 millones de euros.
Banco Madrid camina directo hacia su liquidación, que es la senda que tendrían que haberse visto obligadas a transitar algunas de las cajas cuyo rescate tanto dinero público ha consumido tan dolorosa como innecesariamente
Al “pollo” que se ha montado con Banco Madrid ha contribuido activamente las manifestaciones, desmedidas en opinión de no pocos, tanto del ministro de Economía, De Guindos, como del secretario de Estado, Fernández de Mesa, que en algún caso han llegado a mencionar la palabra maldita, “rescate”, de suerte que el lío montado en los medios, que sigue a día de hoy, no se entiende si no es apelando al generalizado desnorte que padece buena parte de la profesión periodística –una desgracia más para esta España sobrada de ellas-, y al cobro de ciertas cuentas pendientes entre Economía y el BdE (curioso el pique que enfrenta a ambas instituciones a cuenta del comportamiento del Sepblac -Servicio de Prevención del Blanqueo de Capitales- que, después de haber investigado durante 10 meses las actividades del Banco Madrid, parece no encontró nada digno de ser enviado a la Fiscalía Anticorrupción, algo que hizo días atrás a uña de caballo cuando estalló la denuncia del Tesoro de los EEUU), tal vez incluso simple ajuste de cuentas entre el actual titular de la cartera y esa elite de economistas progres que con MAFO al frente incubaron la gran crisis de las Cajas y luego se llamaron andana. Uno de esos amigos, y muy destacado, es el tantas veces citado Pepe Pérez y sus colegas, que a la sombra de MAFO ganaron mucho dinero con las sustanciosas facturas pagadas por las Cajas a cuenta del invento de los SIP (las “fusiones frías”), sin dejar siquiera las migajas a la competencia.
El Banco Madrid camina directo hacia su liquidación, la senda que tendrían que haberse visto obligadas a transitar algunas de las cajas cuyo rescate tanto dinero público ha consumido tan dolorosa como innecesariamente. Esta puede ser la evidencia de cómo liquidar una entidad, o dejarla quebrar, no supone el fin del mundo para nadie, si acaso para los gestores y accionistas que consintieron las malas prácticas que les llevaron al desastre. En otro orden de cosas, el caso que nos ocupa encierra una llamativa metáfora moral relativa a uno de esos episodios financieros que jalonan la historia de la Transición y que, como la expropiación de Rumasa, más controversia social han producido: la intervención de Banesto: todos, o casi, los personajes principales que intervinieron en aquel episodio han visto sus carreras mancilladas por algún tipo de escándalo final. La venganza de don Mendo. El dramatis personae de aquella operación habría de iniciarse por Alfredo Sáenz, el alto ejecutivo de un banco de la competencia que el BdE colocó al frente del banco intervenido y que, debiéndose al BBV presidido por Emilio Ybarra, a la hora de la subasta pasó la información fetén a un banco competidor, el Santander, cuyo presidente le premió después con 1.000 millones de pesetas en acciones de Banesto. Sáenz ha terminado condenado e inhabilitado por denuncia falsa, con el Tribunal Supremo rechazando el indulto que le fue otorgado por el Gobierno Zapatero.
José Pepe Pérez o el cazador cazado
Banesto fue adjudicado al Santander no obstante el “detalle” de que el sobre ganador iba sin firma en el momento de la apertura de plicas. El gobernador, el célebre Rojo, envió rápidamente a un propio para que Emilio Botín subsanara la deficiencia y pudiera así confirmarse la adjudicación. La operación fue un gran negocio para un Santander que a partir de entonces protagonizó su gran salto adelante hasta convertirse en uno de los mayores bancos del mundo, bajo la batuta inabarcable de un águila como don Emilio, el hombre dispuesto a firmar un pacto fáustico con la eterna juventud y cuya vida acabó de forma misteriosa en la soledad de una bañera con agua caliente un anochecer de septiembre del año pasado. Capital en el reparto de la obra, el tantas veces citado Rojo, la eminencia progre de todo economista progre que se precie, que fue capaz de aceptar un puesto en el Consejo de Administración del Santander después del episodio relatado, un error que marcaría para siempre su currículum.
Otros protagonistas menores también recibieron su óvolo, si bien notoriamente más modesto, caso de Miguel Martín, subgobernador del BdE en el momento de la intervención, que a propuesta del Santander ocupó durante años la presidencia de la Asociación de Banca Privada (AEB). Pero ha sido la defenestración de Pepe Pérez del Banco Madrid lo que ha venido a poner broche de bronce al episodio de Banesto. Quien tras la intervención se distinguiera por la dureza de sus manifestaciones contra Conde, ha venido a caer manchado por asuntos tan poco edificantes como el lavado de dinero de mafias internacionales. Aunque su presidencia no fuera ejecutiva, ¿nunca vio nada raro durante los años de su mandato como guardián de la ortodoxia? ¿No intuyó nada? ¿Nada sospechó? Pepe Pérez o el interventor intervenido. El cazador cazado. Cruel ironía del destino.
Un comentario
El PSOE, ZP, Mafo, el asalto de las Cajas con sus preferentes asesinas incluidas, las mafias rusas, chinas y chavistas, pero si están todos los que nos han metido en este fregado y los «salvadores» que nos han de llevar al Paraíso Comunista, aunque creo que siempre se queda uno a medio camino, en una zanja estilo Paracuellos o Katyn. Y no hay billete de vuelta.