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Hace años se aprobó una ley. No algo menor, no. Una ley.
No era un reglamento ni una disposición ni una orden ministerial: Una Ley.
“El gobierno reaccionaba ante los robos que los gitanos realizaban, que cada vez eran más extendidos. Los gitanos robaban más y más a los payos, y les amedrentaban, subyugaban y, en fin, les tenían sometidos. La mayor parte de esos robos, además, eran mediante la violencia. Los payos vivían demasiado a menudo bajo el yugo de un gitano. Y una sociedad moderna no puede tolerar algo así.
Esa situación, además, no era nueva. Por este comportamiento de robo, los payos históricamente siempre han vivido sometidos a los gitanos, de modo que es más que justo crear una ley ejemplarizante que diese la vuelta a la tortilla. Una ley que compense esa situación de sometimiento histórica. Una ley que castigase a los gitanos ladrones de hoy por los perjuicios inflingidos por sus antepasados a los payos de la sociedad, hasta conseguir subvertir ese atávico sometimiento.
La ley, lógicamente, impuso penas más graves a los gitanos. Lo que para un payo era hurto, para un gitano sería considerado robo. Lo que para un payo sería castigado con una multa y una reprimenda, enviaría al gitano a la cárcel una buena temporada. Para asegurarse de ello, la ley creó tribunales especiales para “latrocinio gitano”. Tribunales especializados que actuasen con rapidez y metiesen enseguida al gitano ladrón en la cárcel, de modo que el payo pudiera vivir tranquilo sabiendo que el gitano que le robaba saldría de su vida.
También para ayudar al payo se creó todo un sistema de protección, con lugares donde vivir alejados de los gitanos, ayudas económicas para que puedan recuperarse y más cosas.
En el fondo, todo lo recogido en la ley es insuficiente, porque sigue habiendo robos. Todavía tenemos que hacer una ley mejor y más dura.”
¿Les parece correcto este texto? ¿Les parece justo? ¿Les parece bien?
Sustituyamos unas pocas palabras y léanlo de nuevo:
“El gobierno reaccionaba ante los maltratos que los hombres realizaban, que cada vez eran más extendidos. Los hombres maltrataban más y más a las mujeres, y les amedrentaban, subyugaban y, en fin, les tenían sometidas. La mayor parte de esos maltratos, además, eran mediante la violencia. Las mujeres vivían demasiado a menudo bajo el yugo de un hombre. Y una sociedad moderna no puede tolerar algo así.
Esa situación, además, no era nueva. Por este comportamiento de maltrato, las mujeres históricamente siempre han vivido sometidas a los hombres, de modo que es más que justo crear una ley ejemplarizante que diese la vuelta a la tortilla. Una ley que compense esa situación de sometimiento histórica. Una ley que castigase a los hombres maltratadores de hoy por los perjuicios inflingidos por sus antepasados a las mujeres de la sociedad, hasta conseguir subvertir ese atávico sometimiento.
La ley, lógicamente, impuso penas más graves a los hombres. Lo que para una mujer era falta, para un hombre sería considerado delito. Lo que para una mujer sería castigado con una multa y una reprimenda, enviaría al hombre a la cárcel una buena temporada. Para asegurarse de ello, la ley creó tribunales especiales para “maltrato machista”. Tribunales especializados que actuasen con rapidez y metiesen enseguida al hombre ladrón en la cárcel, de modo que la mujer pudiera vivir tranquila sabiendo que el hombre que le maltrataba saldría de su vida.
También para ayudar a la mujer se creó todo un sistema de protección, con lugares donde vivir alejados de los hombres, ayudas económicas para que puedan recuperarse y más cosas.
En el fondo, todo lo recogido en la ley es insuficiente, porque sigue habiendo maltratos. Todavía tenemos que hacer una ley mejor y más dura.”