EL MONSTRUITO DE ITURRAMA Acabo de ver a un chaval tirando un papel en la calle, despreocupadamente, con toda la naturalidad del mundo. Era un papel grande, que acababa de envolver la enorme chocolatina que el monstruito se estaba trasegando. Ni siquiera se molestó en hacer una pelotita como es tradición, sencillamente dejó caer la envoltura flotando blandamente en el espacio. Blandamente, como el propio monstruito, un tanto entrado en carnes. Su rostro fofo no mostraba la más leve inquietud, el más mínimo asomo de culpa, el más insignificante rastro de estar haciendo algo malo ni de temor a que alguien se lo fuera a reprochar. Pues bien, ante esta escena he sentido que no sólo estaba ante la acción individual de un aislado y rechoncho mameluco, sino ante el fracaso de todo un sistema educativo y un sistema de valores. Y es que resulta llamativa la naturalidad y frecuencia con la que niños y jóvenes se deshacen de la basura en la vía pública, el monstruito de esta historia es sólo un ejemplo. Paradójicamente, tenemos al mismo tiempo la que probablemente es la generación más progre, ecologista y solidaria de toda lo historia del mundo mundial; eso sí, no les pidas que no llenen la calle de mierda. La raíz del fracaso de dicho discurso es que es un discurso que sólo sirve para quedar bien y dar buena imagen, pero es un discurso que no compromete a nada. Es un discurso exigente con entidades abstractas como el sistema, el estado, las empresas, el capitalismo, la administración…, pero que no exige nada al individuo. Es por tanto un discurso fácil, cómodo, y en consecuencia atractivo. Pero falso porque no exige nada al particular, al ciudadano, al joven, al niño consentido… al monstruito que hace lo que le da la gana. Y así, el discurso supuestamente solidario, ecologista, progre, maravilloso, deviene en calles llenas de basura y vidrio o en artistas y presentadores con yates de 50 metros de eslora que claman contra las diferencias norte/sur. No se salvan por sus actos, sino por su fe inquebrantable en el progresismo ecologista solidario. Son los luteranistas laicos, puede que su credo sea falso pero sin duda es confortable. Sus ideas no comprometen a nada. Seguramente, de pequeños fueron niños rechonchos que tiraban papeles al suelo.