José Luis Feito, presidente del Instituto de Estudios Económicos, el think tank de CEOE, ha vuelto a abrir el debate sobre el problema de las pensiones señalando una serie de problemas que se pueden no querer ver, pero que resultan difíciles de rebatir. Así, por ejemplo, que los Presupuestos para el próximo año consignan un incremento del gasto en pensiones del 4,9%, un avance que Feito ha tildado de «insostenible». Asimismo, Feito ha advertido que «el envejecimiento se va a acentuar muy rápido y las nuevas pensiones son muy superiores a la pensión media».
Partiendo de estas premisas, sin embargo, la propuesta de Feito resulta en cambio bastante más discutible: elevar la edad de jubilación hasta los 70 años y subir el tiempo de cotización necesario para poder cobrar el 50% hasta los 20 años y hasta los 40 años para poder cobrar el 100%. Para eso, ¿no resuelve mejor y definitivamente el problema un sistema de capitalización?
Como todo el mundo sabe, el problema esencial del actual sistema de pensiones, llamado “de reparto” se basa en el hecho de que lo que se cotiza ahora no es lo que percibiremos nosotros cuando nos jubilemos, sino lo que se usa para pagar a los actuales pensionistas.
La pensión futura de los actuales cotizantes, por consiguiente, dependerá de las cotizaciones de los futuros trabajadores.
El problema es que un sistema de pensiones de reparto funciona como un negocio piramidal y depende para su funcionamiento de que la base de cotizantes sea ostensiblemente más amplia que la de pensionistas. Sin embargo, a la vista de nuestra pirámide de población resulta evidente que el número de jubilados cada vez es mayor respecto al de cotizantes y que, aunque el problema ya es acuciante, de hecho se va a agravar todavía mucho más en las próximas décadas.
Si no se hace nada, por tanto, el actual sistema nos aboca a ir subiendo indefinidamente la edad de jubilación a la par que baja la cuantía y la revalorización de las pensiones.
Todo esto partiendo además de que toda la población activa estuviera trabajando.
La alternativa es ir pasando de un sistema de reparto a otro de capitalización, en el que lo que cada uno cotiza a lo largo de su vida no se usa para pagar a otros, sino que se acumula hasta el momento de su jubilación.
De este modo uno siempre dispone de una cantidad acumulada que conoce en todo momento, que es suya, que no depende de terceros, que cobra al 100% sea cual sea el momento en que decida jubilarse y que sus herederos pueden cobrar íntegramente.
Si usamos una de las muchas calculadores de pensiones existentes en la red, por ejemplo la de Expansión, tenemos que una persona que ingresara en un plan de pensiones 14 aportaciones anuales de 250 euros, durante 40 años (como propone Feito), con una rentabilidad real del 1%, al cabo de esos 40 años, cuando llegara el momento de jubilarse, tendría acumulado un capital de 172.000 euros.
Si la aportación fuera de 350 euros, el capital acumulado sería de 241.000 euros.
Si fuera de 450 euros, el capital ascendería a 311.000.
¿Tiene más sentido entonces un sistema de reparto que uno de capitalización? O mixto, como el de Suecia, o el de los cooperativistas del Grupo Mondragón.
En cuanto al riesgo de las aportaciones, si se invirtieran en deuda pública no se podría considerar que el fondo de uno tendría más riesgo que una pensión pública, puesto que dependería de la solvencia del estado en la misma medida.
Naturalmente habría personas que a lo largo de su vida no podrían cotizar, o no lo suficiente, pero entonces bastaría con que el estado se limitara a completar esas aportaciones mediante un fondo de solidaridad. El hecho es que a lo largo de su jubilación, en el futuro, el estado difícilmente podrá dar a los jubilados tanto dinero como el que los jubilados podrían haber acumulado a lo largo de sus años cotizados, por lo que a los jubilados les interesa un sistema de capitalización. E incluso al estado.
2 respuestas
Un sistema de reparto o Pirámide Ponzi en honor al matemático italiano que lo describió es legal como la Seguridar Social si lo implementa el estado, o una estafa como la copa de un pino como aquella «banquera del pueblo» portuguesa que fue a la cárcel o como la deuda de Rumasa II más reciente, con idéntico resultado.
Más vale ponerse una vez rojo (con perdón) que ciento colorado y hacer una reforma para uno de capitalización o a lo sumo uno mixto. …Ah, que aparecerá la marea de colorines para incendiar las calles y llenar los parlamentos de energúmenos en camisas de colores, que no de fuerza, a imponernos las razones de sus gritos e insultos; no sea que esto funcione y se queden con el culo al aire.
Es irónico, a falta de un término mejor, tener que escuchar a una hechura de la CEOE contándonos cómo reformar un sistema que se hunde por razones demográficas. Esto es, al margen de su carácter de sistema piramidal o de sus evidentes efectos disgenésicos.
¿Por qué lo digo? Hombre, porque como es de todos sabido, una parte importante de culpa en el hundimiento demográfico occidental ha sido directamente responsabilidad de las políticas apoyadas por «las CEOEs» de los diferentes países, sin entrar ya en sus propias prácticas empresariales, que han sido y son muchas veces cuasi-criminales.
Esta es la gente que financió el feminismo para inflar la masa laboral y abaratar el precio del trabajo, destruyendo en el proceso la natalidad y la familia.
Esta es la gente que, a continuación, se dedicó durante treinta años o más a echar a la calle «ipso facto» a cualquier mujer que se quedaba embarazada. Que preguntaban directamente en las entrevistas «tú no pensarás quedarte embarazada en los próximos años, ¿verdad?». ¿O no lo recordamos todos?
Esta es la gente que, a continuación y en colaboración con el Marxismo Cultural (al que tanto han financiado) se dedicó a presionar y abrir fronteras en pro de la extranjerización masiva. De nuevo, para abaratar los costes laborales y, en este caso, concreto, destruir cualquier cohesión de la «clase trabajadora».
Este último punto es importante porque, como es bien conocido, históricamente la inmigración masiva de poblaciones no emparentadas tiene un inmediato efecto depresor de la natalidad nativa. Por varias razones simultáneas, que van desde la competición económica (la primera y más evidente) al hundimiento del capital social (veáse Robert Putnam) pasando por el incremento de la densidad de población, que manda el mensaje subconsciente a los individuos de que «ahora no es buen momento para ser padre». ¡Ah! Y sin olvidar la mayor presión fiscal para financiar los servicios públicos ofrecidos a los alógenos.
Algo así como quitar dinero a unos potenciales padres nativos para entregárselo a unos alógenos que tendrán, así, los hijos subvencionados a los que los primeros tienen que renunciar.
Todo esto es conocido. Pero ellos querían ganar más, ganar más, ganar más, ganar más, sin tener que romperse mucho la cabeza. Lo mismo la CEOE que las Cámaras de Comercio de los EEUU. Lo mismo Wall Street que la City londinense.
Y los Juanes Iranzo de este mundo, los Rodríguez Braun, los Vargas Llosa y los Fedeggguicos dando palmas y jaleando.
Estas cosas los libeggggggales no las cuentan, hombre, por Dios. Ni se les ocurre. Y de la izquierda ni hablemos. Pero son ciertas y conocidas en los círculos informados.
Por tanto, tener que escuchar recomendaciones sobre pensiones de un tipo que es un «presionador» profesional al servicio de esa gente es algo que da náuseas. Aunque tuviera razón, que no la tiene como bien explica el artículo.