Se da la circunstancia de que Navarra es una tierra solidaria, llena de gentes generosas. Y por eso, como dice la jota, pintaron pequeña en el mapa la tierra que tanto dió. Al menos así ha sido hasta ahora. Eso es lo que nos enseñaban domingo tras domingo, funeral tras funeral, sermón tras sermón, los tan denostados curas navarros. Y así, a pesar de nuestra dura mollera, es como fue calando en la sociedad navarra la idea simple de la más sana pueblocracia. Que la generosidad se demuestra no solo enviando dineros para los pobrecitos de afuera sino también haciendo cosas en auzolan o cantándole las cuarenta al señor alcalde o al mismísimo diputado cuando cuadre.
Se da la circunstancia, digo, de que los encargados de hacer las cuentas del ministerio español de economía llegaron hace unos años a la conclusión de que Navarra daba al común español, en proporción, más que lo que sería de estricta justicia matemática. Y a los navarros nos parece lo normal. Pero ojo, que si fuéramos más pobres, o más tontos, o más desfavorecidos por la Providencia pudiera ser que aportáramos menos. ¿Sería eso motivo para terminar con el régimen foral?
Nunca sabremos a ciencia cierta hasta qué punto ha sido el fuero la causa de nuestra prosperidad o si ha sido nuestra prosperidad la salvaguarda del fuero. Pero es lo mismo. Da igual. Mezclar el fuero con el huevo nunca es recomendable. No tiene nada que ver una cosa con la otra. Por esa regla de tres habría que declarar nulos los matrimonios de todas las familias arruinadas. Y constituir una única «familia» estatal, como en las peores pesadillas de Orwell, en la que todos fueran iguales. Igualmente desgraciados. Así que no. Que está bien que se sepa que el balance refleja una Navarra solidaria con el conjunto de España. Pero que incluso si diéramos menos, o mucho menos, existe un pacto que ha de ser respetado. Pacta sunt servanda. Seamos serios.