> N. C. Este pasado fin de semana se han celebrado las fiestas de San Fermín Chiquito (o Txikito, según prefieran). Si en su día pudieron ser unos festejos agradables para los vecinos del Casco Viejo, en el presente han degenerado en un esperpento politizado de dudoso interés popular, al servicio del nacionalismo radical. Sabemos que nuestros representantes del Ayuntamiento han puesto los obstáculos legales posibles para evitar que la Comisión de Fiestas de la Navarrería obtenga ayudas públicas para celebrar unos eventos que son como poco un insulto a la ciudadanía, si no constitutivos de delito de apología del terrorismo. También parece que ningún edil hizo acto de presencia oficial en los festejos. Sin embargo, tal vez todo esto no es suficiente, ya que no es aceptable que determinados colectivos se apropien de lo que es patrimonio social y cultural de todos los pamploneses. Para que se hagan una idea de lo que ocurrió allí, basta con que echen un vistazo al programa. Allí verán organizados brindis por los presos de ETA, un acto homenaje a Mikel Castillo (etarra muerto en enfrentamiento con las fuerzas del orden) o espacios festivos dedicados a la autodeterminación, a la imposición del euskara (bajo el lema “porque tú no sabes euskera me estás obligando a hablarte en español”, como si esto último fuera un insulto), y a exigir la amnistía a los terroristas. Todo muy lúdico, como se puede comprobar. La desfachatez ha llegado al punto de que la Comisión ha impulsado un nuevo escudo representativo de los antiguos burgos de Pamplona, del que se han eliminado los símbolos religiosos. Las calles se inundaron de ikurriñas, carteles reivindicativos y hasta de banderas republicanas, pero ninguna autoridad se dio una vuelta para comprobar si buena parte de lo que ocurría allí rebasaba los límites de la legalidad vigente, y actuar en consecuencia. Habrá que decirle al señor Vicente Ripa que no hace falta irse hasta la muga con Guipúzcoa para comprobar que el entorno radical sigue campando por sus respetos.