No, no me he muerto todavía. Pero últimamente no les entretengo con mis claves porque no se qué más decir. Veo, como todos, pasar día tras día esas noticias tan previsibles, monótonas, como la lluvia de este invierno triste. Y no se qué más decir. Porque no tiene sentido acusar a éste, al otro, llamar la atención sobre cómo han saqueado las instituciones comunales, o sobre lo mal que funcionan las cosas cuando falta espíritu de servicio. Los hombres de los despachos enmoquetados se corrompen, como siempre, pobrecillos, agazapados detrás de una maraña de impresos oficiales, de leyes y reglamentos. Ellos, al parecer, tienen servidores que les protegen de las trampas que obligan a la gente corriente a ir siempre en tensión con la cabeza baja, por miedo a la burocracia y a la multa. Y, como siempre pasa en la jungla, sólo los más fuertes sobreviven. Algunos de ellos, ingenuos y bienintencionados, quisieran poner orden, paz, sosiego y bienestar, como cuando éramos ricos -¿se acuerdan?-. Pero no hay manera, porque el problema es el sistema. Y la filosofía que inspira al sistema. Quisimos romper con la familia, la sociedad-patria y el deber, para construir un sistema de individuos, de naciones-estados y de voluntades. Rompimos con los límites morales porque desconfiábamos de los curas… y ya no hay límites. Hemos perdido hasta el derecho a quejarnos. Si Navarra fuera ella misma saldría su gente en masa a la calle con dos pancartas escritas en latín: «Benedictus Dominus Deus Meus» y «Pro Libertate Patria Gens Libera State». Pero no salimos. Por eso la tiranía se acerca cada día más. Jintao, Chavez, Castro… sabrán lo que hay que hacer.
Jerónimo Erro