Un buen paso en la buena dirección parece este que ha dado el Gobierno al anunciar un plan de reorganización de la administración territorial de Navarra. Y parece bueno porque entra de lleno en los asuntos de la eficiencia administrativa y porque no se mete en la legítima competencia y autonomía de los ayuntamientos dejando la idea de la fusión de los mismos en el plano de la sugerencia y la voluntariedad, como debe ser.
La política municipal ha sido durante siglos la política real para los navarros. Casi, casi, la única política. Es lógico que las nuevas formas de vida, el crecimiento desmesurado de Pamplona, los irracionales desplazamientos que nos obligan a gastar tanta rueda, obliguen a hacer cambios. Pero la misma idea de comunidad cercana, de reunión de vecinos, de pueblo que representan todos los grandes y pequeños ayuntamientos y concejos navarros, no puede perderse en aras de un burocratismo perfeccionista. Las cosas más importantes, decía Chesterton, han de estar en manos de la gente corriente. Tal vez no se hagan perfectamente, pero se harán humanamente.