Cuando el disfrute de un régimen foral era una carga pura y dura no se acordaban tanto de nosotros. Cuando el Estado, suministrador de los inagotables fondos europeos y bancarios, velaba por las necesidades de todas las regiones españolas ¿por qué había de preocupar el ajuste, cuadrar las cuentas, no gastar más de lo que se tiene? El dinero público no era entonces de nadie. Y además era infinito. Lo que hiciera Navarra era su problema. ¿Por qué pensar entonces en otra cosa que no fuera tirar de la teta estatal?
Claro que en todo este tiempo los navarros lo hemos hecho mal. Ya me entienden, me refiero a los gobiernos que los navarros nos hemos dado a nosotros mismos. En vez de remarcar entonces la diferencia que suponía ser una Comunidad Foral se optó por un perfil bajo, bajísimo. Se aprobó un «amejoramiento» que parece una vulgar copia de cualquier estatuto de autonomía. Hubo entonces una obsesión por equipararnos formalmente al «cafe para todos»: competencias, policía, partitocracia, hiperproducción legislativa, inspección maniática, planificación filosocialista. Pudimos entonces haber mantenido unas cuantas peculiaridades de fundamento. Podíamos haber mantenido la elección por merindades de un gobierno colegiado. Y haber reforzado la personalidad municipal también en los procesos electorales, en detrimento de la partitocracia que avanzaba con sus comparsas mediocres y corruptas. Podíamos haber perfeccionado una pequeña administración, cercana, cuidadosa de dar siempre protagonismo a la gente, a las familias, a las entidades sociales.
Pero no se hizo así. Se optó por el camino fácil y alocado. En busca del bienestar decían. Y ahora nos llueven los palos de la gente que no se entera de la trastienda de los privilegios. Que nos llama privilegiados. Pues sí señor, privilegiados, e idiotas por haberlos desaprovechado.
Un comentario
… incluso a las centenarias CORTES DEL REYNO se buscó denominarlas PARLAMENTO.