La libertad abstracta y la pitada concreta

Escribimos estas líneas dos días antes de que se juegue la final de Copa Barcelona- Athletic de Bilbao.

Es de todos sabido que los separatistas de una y otra región preparan una pitada cuando suene el Himno Nacional y cuando aparezca en la tribuna el Príncipe que presidirá el acontecimiento. Se repetirá lo ocurrido en Mestalla en 2009.

Han causado gran alboroto las manifestaciones de la Presidenta de la Comunidad de Madrid en el sentido de que si se inicia la pitada debe suspenderse el partido y ser jugado después, a puerta cerrada.

Las declaraciones de otros políticos no se han hecho esperar. Los separatistas se escudan en el derecho constitucional a la libertad de expresión y apoyan el derecho de los escandalosos junto al deber de las autoridades a aguantar el escándalo. De paso dedican juicios desfavorables a la Presidenta madrileña y la califican de mala demócrata Otros recurren al sentido común y al respeto y esperan que no se produzca la pitada. Pero no aprueban, al menos no lo dicen, la supresión del partido. Mientras una encuesta de la tertulia “El Gato al Agua” de Intereconomía, ha dado un resultado de apoyos a Esperanza Aguirre cercano al 80%.

Los carlistas repetimos que el liberalismo engaña al pueblo con la Libertad abstracta, que figura en todas sus constituciones, mientras le priva de las libertades concretas de sus fueros y sus costumbres. Lamentablemente, nos da la impresión de que el pueblo no capta la realidad y profundidad de nuestro mensaje. La proyectada pitada que comentamos nos ofrece un ejemplo con que ilustrar a nuestros lectores.

Comencemos recordando que el error fundamental del liberalismo es considerar a la Libertad como un fin en sí misma, cuando no es más que un medio para que el hombre pueda, sin ser coaccionado, practicar el bien y evitar el mal.

La Constitución, como todas las constituciones liberales, consagra la libertad de expresión como un derecho abstracto, absoluto y que debe ser respetado en todo lugar y tiempo. Doña Esperanza Aguirre, liberal ella, se enfrenta a un caso concreto, en el que esa libertad de expresión termina en el desacato a la máxima autoridad del Estado y en la ofensa a los símbolos de la Patria. Su sentido común, la lleva a indignarse con el acto y reclama medios de actuación para impedirlo. Doña Esperanza Aguirre practica lo que los carlistas hemos denunciado constantemente como “poner tronos a los principios y cadalsos a las consecuencias”. Doña Esperanza incurre en una inconsecuencia. Esto es muy corriente entre liberales. Dado que sus principios están reñidos con la naturaleza de las cosas, se ven forzados a olvidarlos en casos concretos y dar más importancia a la realidad que a los sueños de los ideólogos del liberalismo. Y eso es precisamente lo que permite que el liberalismo subsista. Si no lo hicieran así, el liberalismo se autodestruiría en poco tiempo.

Nosotros estamos con doña Esperanza Aguirre. La libertad de expresión no puede ser un derecho abstracto, un fin en sí mismo. Para defender la libertad de expresión hay que considerar el fin con que se utiliza; el caso concreto. Y al tiempo que expresamos nuestro acuerdo con la Presidenta madrileña, le invitamos a que reflexione, que considere que el mal que ella quiere evitar nace del liberalismo que dice profesar.

No queremos terminar estas líneas sin invitar a nuestros lectores a una reflexión. Que se fijen en que la mayor parte de los políticos de “derechas” no han defendido con contundencia a su correligionaria. Cuando no se han puesto en contra, han andado con paños calientes. Mientras el pueblo llano de derechas, representado por los televidentes de “El Gato al Agua”, se han manifestado claramente a favor de ella. Esto demuestra que mientras el pueblo tiene unas ideas y deseos claros, los políticos que elige carecen de convicciones firmes y están más atentos a no desentonar de lo “políticamente correcto” que a gobernar promoviendo la justicia y el bien común.

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