Un impuesto no es mas que una especie de expropiación. El gobierno, respaldado por la ley, la policía y los jueces, mete la mano en el bolsillo del ciudadano pagano y saca lo que le parece oportuno para ayudar así al mantenimiento solidario del conjunto. Así pensada es una idea un tanto brusca y muy incómoda, pero podría tener su justificación si la cantidad expropiada fuera negociada en cada caso entre el estado y los representantes cívicos. El problema que tenemos hoy en día es que el estado y los representantes cívicos son la misma gente. Puede que sean entes personales distintos, pero unos y otros pertenecen a unos mismos partidos políticos.
Este sistema pierde popularidad a chorros porque fue ideado para tiempos de crecimiento inconsciente. No pensaron que el perfecto engranaje recaudatorio fuera a convertirse en algo tan fastidioso y tan ineficiente al cabo. La cuestión es que nuestro mosqueo no tiene remedio: estamos indefensos. ¿Nos defenderá el Defensor?