Recién terminada la «novena de la gracia» y las javieradas aún resuenan en el aire, contrastando con tanta palabrería de tejas para abajo, los llamamientos de la Iglesia a vivir el lado transcendente de la vida. «Nada sin Dios», «Quién como Dios», «Benedictus Dominus Deus meus»… son algo más que jaculatorias del que se acuerda de Santa Bárbara cuando truena. Son algo más que normas de vida individuales. Son un norte para orientarse, para que venga a nos la añadidura de un mundo sin crisis. Son el fiel de la balanza para sopesar todas las cosas, el sabio consejo que en forma de campanario nos han dejado siglo tras siglo generaciones de bisabuelos en cada pueblo. Y sin embargo llega la javierada y obligamos al señor arzobispo a recordarnos que un mundo sin Dios es un mundo contra el hombre. Qué bajo hemos caído.
La blasfemia es un pecado horrible, o mas bien ridículo, porque no tiene sentido insultar al Todopoderoso. La ignorancia de Dios, vivir como si no existiera, eso es aún peor.
3 respuestas
El mío es el primer comentario. Ya ves que este tema no levanta pasiones…. ni siquiera entre lectores de NC
bueno Paco , al parecer en ti sí las levanta aunque sea para discretar.
un saludo
Alfredo Urquijo
Dice Hadjadj en «la fe de los demonios» que, además de las actitudes frente a Dios definidas por Pascal (habiéndolo encontrado le sirven, no habiéndolo encontrado le buscan y sin haberlo encontrado ya no buscan) se puede añadir una tercera: habiéndolo encontrado no le sirven. Esa es la fe de los demonios.