El problema fundamental de Hegel un su análisis moral, político y social de distintas cosas es que muchas veces parte del concepto herderiano de sujeto colectivo (algo señalado por Lukacs). Este concepto es uno de los que más daño ha hecho no sólo al individuo sino también a la libertad y a la propiedad.
Este concepto implica el dejar de lado al individuo, significa su abandono total, un ser arrojado a la intemperie. Esto no es más que un símbolo de la decadencia, un síntoma de una enfermedad: colectivismo. Es, como decía Ayn Rand, dejar de lado «la palabra sagrada´´, YO, en pos de un nosotros para más inri entendido de forma homogénea. Gran parte de este problema viene por Hegel, aunque éste dilucidó una verdad fundamental, que los problemas sociales en el fondo no son más que problemas morales o por decirlo de otra forma, una crisis en los principios y los valores.
En este sentido, cobra mucha importancia la religión y su puesto en el cosmos, parafraseando a Scheler. No hemos de olvidar que la religión no es sólo metafísica especial (en sentido kantiano) y mística sino también filosofía moral. Al trata sobre moral y ética, se ve irremediablemente arrastrada al terreno de la filosofía política, pues toda filosofía política se basa en una filosofía moral previa, lección en la que coinciden Aristóteles y Rothbard. Es por esta razón que hablar de religión, siguiendo a Engels a propósito de lo que decía sobre la filosofía alemana clásica, «es indirectamente una lucha política´´. Hablar de religión es hablar de ética y hablar de ética es indirecta o directamente estar al lado del Estado o luchando frente a él. Entre la pugna entre religión y Estado, no opto por la opción liberal (Spinoza, Locke, Kant) de separar ambas cosas y limpiarse las manos sino que siempre elegiré la religión, más que nada porque cumple todo aquello que quiera gozar de potencia en la ética mínima libertaria, ser voluntario para ser legítimo (que no necesariamente moral). Hegel dedica unas páginas a criticar esta idea liberal de separación entre Iglesia y Estado, viendo la dialéctica entre ambas y llegando a la conclusión de que sólo se le puede dar lealtad a una de las dos. Como diría Ortega, ¡el drama de la elección!
Así pues, a pesar de lo que podamos encontrar de valioso en la filosofía hegeliana, no hay duda alguna que Hegel, por más que me pese, como otros tantos, ha contribuido a la decadencia de Occidente, un fenómeno que viene por la negación del individuo y la creación falsa y ficticia de un sujeto colectivo que viene a coincidir con la nación (mal entendida y en el caso del conservadurismo moderno, que no tradicionalismo), la clase proletaria o el Estado. El Estado es un nosotros, no es un yo. Por eso, este «frío monstruo´´, como lo denominaba Nietzsche, alega mintiendo a la cara del hombre, que «el Estado somos todos´´…
Un buen contrapeso al Estado es el Cristianismo rectamente entendido, una religión que in-hiere en la filosofía de la libertad a pesar del religioso laicismo de algunos liberales. Jesús, como Sócrates (dos figuras alabadas por Hegel), son al fin y al cabo individuos, no son un sujeto colectivo. Ambos fueron asesinados por lo mismo, el Dios que fracasó, la democracia, tan exaltada y querida hoy día. No hay mayor contradicción que la del «democratacristiano´´. ¡La democracia mató al Mesías! También es particular la posición de la mayoría de filósofos respecto a esto, muchos son demócratas cuando la democracia mató al maestro de los maestro, el feo (así lo denominaba Nietzsche) Sócrates. Al menos nos queda Roderick Long para refugiarnos… El individualismo del Cristianismo yo lo veo principalmente en el concepto de dignidad, un concepto con una potencia brutal para el libertarismo. Este concepto, según Kant, es el que otorga al hombre el estatus de fin en sí mismo diferenciándose así del mero objeto, medio para conseguir fines. El que usa al hombre como un medio es alguien anti-humano. El concepto de dignidad, siguiendo a Kant, dota al hombre de una autonomía moral suprema (que el propio Kant no aplica al Estado, grave error), de este principio se ha de derivar posteriormente el de objeción de conciencia, algo tan demandado por Thoureau. El Cristianismo respeta la conciencia del hombre como fortaleza última inexpugnable. Para los cristianos, al menos lo que siguen a San Agustín, la voz y el juez de la conciencia es Dios (Kant dará fundamento racional a esto). Al Estado tu conciencia le da igual, tanto que ignora la ya nombrada objeción de conciencia, el Estado es un invasor ilegítimo de la conciencia del hombre. La máxima expresión de esto se ha podido ver en el 1984 de Orwell. Esta irrupción en la conciencia del individuo se justifica en nombre de conceptos inútiles como el de bien común, interés general, voluntad de todos… En este sentido, el Estado es por naturaleza imperialista, los libertarios se han quedado cortos sólo centrándose en el imperialismo de la política exterior. El Estado es una entidad que va contra la paz que puede encontrar el hombre consigo mismo en su propia conciencia.
La autonomía del hombre impone al propio individuo el imperativo de ser libre, pues sin estas dos cualidades, que en realidad son dos caras de la misma moneda, no puede existir hombre alguno.
El juicio final cristiano, como alguna vez he comentado con algún cercano amigo católico, es también un juicio individual y no un juicio al sujeto colectivo. Parece que Dios no tolera en su reino estas patéticas ficciones colectivistas. Punto para Dios. Este espíritu cristiano que venimos comentando representa para mí parte del grandeza humana, que alguna vez algunas Iglesias dentro del propio Cristianismo, aunque más que «Iglesias´´ a estas ramas heterodoxas habría que llamarlas «club de debate´´… Sin duda alguna, es una religión pro-hombre y anti hombre-masa.
En contraposición a esto, está el Estado, símbolo y estatua por excelencia de la decadencia y no civilizado. El Estado es un enemigo de la grandeza del hombre, pues es él aquel que ha arrebatado al hombre su dignidad como ser racional, su autonomía y su libertad. Por esto mismo, un cristiano que apoye al Estado está cavando su propia tumba, o para decirlo de forma más suave, está haciéndose daño a sí mismo poco a poco sin darse cuenta. La religión estatista es la decadencia, y por desgracia, la religión dominante. Mientras exista el Estado, viviremos en la decadencia, cuanto más Estado haya, menos civilización habrá. El Estado es por naturaleza y por concepto, una entidad opresora, que a pesar de decirse ser aliado del derecho (sólo del positivo y no del natural, pre-estatal y racional, claro está), es una continua hostilidad a la justicia. Hace polvo y pedazos al hombre y su potencia creativa. Sólo el anarquismo rectamente entendido puede llevar al hombre a un estadio político donde se le dé una respetable forma de condición humana. Este estadio político no puede darse con el Estado de ninguna forma, pues éste no es sino sinónimo de violencia e injusticia, bandidos que van contra el individuo y su majestuosidad. El estadio de respeto al hombre es aquel donde se tiene en cuenta su dignidad, autonomía y libertad. El anarquismo representa ese momento moral, esa fase política donde lo que debe ser es, independientemente de las consecuencias que esto tenga. Es un momento donde el hombre es y no es destruido por el sujeto colectivo, es un momento donde hay yoes y no un nosotros bajo la idea de igualdad. El error estaría en interpretar mi individualismo de forma atomista, nada más lejos, ya he dicho que soy aliado de la religión cristiana y sumamente defensor de la familia, aquellos que estuvieron ahí y nos dieron todo cuando éramos nada, aquellos que, junto con los amigos, nos ayudaron a conformar nuestro propio yo y nuestra identidad personal. Sólo sin Estado puede existir plenamente el hombre, pues el despotismo tiránico destruye no sólo lo legítimo y lo moral sino también lo bello. El anarquismo es un cambio para los inconformistas que se guían por un fuerte instinto o impulso del «deber por el deber´´, de ese deber ser racional en el que tanto insisten los que abrazan el deontologismo. Es dar valor a lo vivo, la espontaneidad de la vida, frente a la obediencia muerta al Estado. Este impulso por el deber ser se da en la propia conciencia del individuo, nunca en el sujeto colectivo.
La relación recíproca entre individuo y comunidad es también importante, pues el hombre es un animal social o político (dependiendo de la traducción de la sentencia aristotélica), se encuentra en un «mundo de la vida´´ husserliano o en una «circunstancia´´ orteguiana. No está atomizado en el estado de naturaleza rousseauniano buscando frutos de los árboles. Se ha de señalar, que una comunidad la componen yoes, individuos, pues una comunidad sin yoes no es más que un triste, desagradable y penoso rebaño.
El hecho de que el Estado es el enemigo de la autonomía del hombre es la razón por la que 1) no puede «hacer´´ moral, 2) no puede ser moral y 3) va contra la moral. El Estado sólo puede imponer ley positiva y exigir obediencia, nunca aparece en la conciencia del hombre con la fuerza de la de una ley moral. El Estado nunca podrá ser aliado de la moral, pues ésta presupone necesariamente autonomía en un entorno sin coacción sistemática. La conciencia humana es aquel espacio donde el Estado no puede entrar ni puede destruir, pues la ley del Estado es siempre positiva, no se parece en nada a la ley moral proveniente de la razón. Hegel tenía razón:
«Pues es un principio falso el que las cadenas del derecho y la libertad puedan romperse sin la liberación de la conciencia´´.