¿Nos ha de preocupar si el teletrabajo ha venido para quedarse?

Como ya se ha afirmado en alguna que otra ocasión, la situación en la que nos vemos sumergidos desde marco, como consecuencia de la pandemia del coronavirus codificado como COVID-19 no solo ha desembocado en una crisis sanitaria, económica y social, sino que ha acelerado ciertos avances técnicos que estaban desarrollándose en base a la espontaneidad.

En la lista de tendencias, volvería a incluir la computación en la nube, el Big Data, la Inteligencia Artificial y el blockchain. Pero no voy a hablar de ello, sino de algunas soluciones concretas que, por lo menos, con algunas de esas áreas enumeradas guardaría relación. En este artículo hablaré, concretamente, acerca del teletrabajo.

De mero beneficio laboral a una circunstancia imprescindible

Hasta febrero de 2020, muy pocas empresas ofrecían días de teletrabajo dentro de las distintas ofertas de trabajo (sin importar muy bien la actividad a prestar en el sector servicios). De hecho, si lo hacían, en muchos casos, dependía de la confianza que fueras generando a tus compañeros y jefes con el paso del tiempo.

Obviamente, no importaba que existieran herramientas colaborativas ni repositorios compartidos y otras clases de servicios en la nube. No obstante, en cuestión de semanas, tanto de manera voluntaria (acción preventiva de carácter sanitario) como forzosa (reacción ante secuestros políticos que incurren en lo que eufemísticamente se denominaba «hibernación», siendo en realidad un estrangulamiento social), se ha tenido que adoptar.

En realidad, se ha tratado de una manera de intentar mantener a flote la productividad empresarial, sorteando la crisis en cuestión y evitando, en la medida de lo posible, tener que ejecutar despidos que no dejarían de tener costes para la empresa, por los conceptos de indemnización y otra serie de trabas de la rígida legislación laboral.

Trabajar remotamente no solo tendrá repercusiones económicas para la empresa

Ciertamente, el hecho de que muchos empleados no tengan que trotar las plantas de sus empresas día tras día supone un ahorro económico importante para las empresas. No solo en cuanto a consumo de agua y energía. También pueden llegar a ahorrarse costes de limpieza, incluso a plantearse el cambio de instalaciones, dado que determinadas dimensiones sobrarían.

La productividad no tendría por qué verse mermada. De hecho, los trabajadores pueden ver mejorado su rendimiento en cuanto a factores de estrés y conciliación del sueño. Ya no sería necesario madrugar más de la cuenta para desplazarse al lugar de trabajo ni tener que esperar entre treinta y sesenta minutos para poder reposar y descansar.

Al mismo tiempo, tanto directa como indirectamente, se facilitará considerablemente la conciliación tanto familiar como académica (lo cual suele suponer una fuente adicional de preocupaciones comprensibles), dando igual que hablemos de la crianza de bebés, el cuidado de dependientes, la compaginación con estudios o la preparación de oposiciones.

Incluso podría haber una paralización en el comprensible «éxodo rural» (máxime cuando, en muchos casos, los principales focos de empleo en España son grandes urbes como Madrid y Barcelona). Habrá quienes opten no necesariamente por la Sierra Norte de Madrid, sino por mantenerse en sus pueblos de provincias limítrofes como Lérida, Segovia, Ávila, Toledo y Guadalajara, por ejemplo.

No obstante, no es todo «tan sencillo». El futuro del teletrabajo, que ha venido para quedarse (de hecho, insisto en que es una tendencia de aplicación tecnológica que se ha acelerado a la vista de las circunstancias) también dependerá de factores políticos, del grado de libertad negativa que pueda regir en nuestros entornos.

Hablando con franqueza, «regular» significa «estropear»

Ante el advenimiento acelerado del teletrabajo en el mercado de trabajo global, más de un gobierno ha sabido responder con la típica lucidez característica. Es el caso de países como España, cuya Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, una persona que cada vez que habla incrementa la probabilidad de que algún trabajador sufra un infarto. Se está trabajando en una ley que regule aspectos sobre el mismo.

En resumen, el borrador de la misma contempla una ingente cantidad de supervisiones e inspecciones así como una exigencia de sufragado de costes como la alimentación y el consumo energético en horario de trabajo cuando, actualmente, las grandes empresas tienen capacidad económica suficiente para ofrecer una retribución flexible que incluye hasta seguros médicos.

Con lo cual, indirectamente, se forzará a las empresas a no ser tan flexibles con el teletrabajo, a rebajar salarios, a desconsiderar nuevas ofertas o, en el peor de los casos, a despedir personal por los costes adicionales de esta regulación, promovida por los mismos que encarecen muchos servicios, por medio de tributos como el IVA, peajes energéticos, primas de renovables e IRPF…

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De hecho, de acuerdo con un reciente estudio de The Heritage Foundation, existe una fuerte correlación entre las economías más libres y la implementación del teletrabajo. Prácticamente es lo mismo que puede darse respecto a la mera conciliación familiar o a la creación de empresas y, en consecuencia, de nuevos puestos de trabajo.

Lo que ha de preocupar es que se nos siga complicando nuestro día a día

No puedo hacer ninguna objeción de base al teletrabajo, en tanto que es uno de tantos avances tecnológicos que repercuten positivamente en el bienestar social y la productividad social. No obstante, si hay razones para preocuparse, que las hay, tendrán que ver con las ansias intrínsecas a la tendencia del Estado (problemática progresiva y afán masivo de complicación de la existencia).

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