Nicolás García Tapia, premio Cadenas de Navarra por su biografía del Leonardo da Vinci de Guenduláin

La asociación cultural Doble 12 entregó ayer su premio anual Cadenas de Navarra, que este año ha recaído sobre el catedrático Nicolás García Tapia, por su biografía sobre el navarro Jerónimo de Ayanz y Beaumont (1553 – 1613), al que podríamos denominar algo así como el Leonardo Da Vinci de Guenduláin.

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Pensarán ustedes que hablar del Leonardo da Vinci de Guendulaín es una especie de alucinación paleta fruto de un navarrismo desbocado. ¿Un tipo que no tiene ni una calle en Navarra y del que casi ningún navarro ha oído hablar va a ser una especie de Leonardo da Vinci? Sin embargo, si alguien busca datos sobre la máquina de vapor en Wikipedia, pero no ya en la española sino en la inglesa, se encontrará con sorpresa que ahí aparece nuestro Jerónimo de Ayanz y Beaumont como un precursor de la máquina de vapor moderno. Las invenciones de don Jerónimo van de las bombas para achicar agua de navíos o minas inundadas a un precursor del submarino o el traje de buzo. Nada más justo por tanto que otorgar el premio Cadenas de Navarra a alguien empeñado en dar a conocer la extraordinaria figura de este genio navarro desconocido.

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Por lo demás, Navarra Confidencial les puede ofrecer en primicia gracias a la amabilidad de Doble 12 el discurso íntegro de don Nicolás García Tapia al recoger su galardón, por otro lado una hermosa talla del reconocido escultor navarro Carlos Ciriza.

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Autoridades,

Miembros de la Asociación “Doble 12”, de la Fundación Mencos y de la Asociación “Reinos de España”, así como de las otras Instituciones navarras aquí representadas,

Sras. y Sres.

Agradezco las introducciones de D. Juan García Vaquero y de D. Joaquín Mencos por sus amables palabras hacia mi persona, cuyo único mérito ha sido tener la suerte de haber podido investigar a personajes históricos de la talla de Jerónimo de Ayanz.

Quiero resaltar las atenciones e todos los que han organizado la concesión de este premio, especialmente a Javier Igal que ha tenido la paciencia de superar mi actual aislamiento informático.

Aunque no soy navarro, he tenido el privilegio de vivir parte de su historia a través de los archivos de Navarra, donde he sido atendido amablemente por sus archiveros y por los navarros que me han acogido y ayudado a publicar, hasta donde ha sido posible, la obra de una navarro entonces desconocido: Jerónimo de Ayanz y Beaumont. Desde que descubrí sus admirables invenciones en un documento del Archivo General de Simancas de Valladolid, en el año 1987, he dedicado parte de mis investigaciones a este hombre genial, nacido aquí, cerca de Pamplona, en 1553. Creo que este premio es consecuencia, en gran parte, de esta labor para dar a conocer a un navarro universal, en la que he tenido la ayuda de muchas personas, con las que me honro en compartir este galardón.

Considero, por consiguiente, que es para mí un honor recibirlo, pero es también una responsabilidad que me obliga a seguir impulsando y animando a otros investigadores más jóvenes para que continúen descubriendo a Jerónimo de Ayanz, pues estoy convencido de que pueden aparecer nuevos datos que engrandecerían aún mas su obra. De hecho, algunos investigadores ya lo están haciendo, lo que para mi representa una gran esperanza.

La Asociación Doble 12 ha premiado, en anteriores ocasiones, a la poesía, representada por Víctor Manuel Arbeloa y al periodismo, con Florencio Domínguez, ambos literatos y pensadores comprometidos con la paz y la cultura Navarra. El anterior galardón concedido a María Bayo, representa la proyección internacional de la música através del canto. Después de estos ilustres predecesores, considero que se premia, más que a mí, a la historia de la tecnología, materia casi olvidada en los estudios y en la cultura española.

El símbolo del galardón son las Cadenas de Navarra, representadas en esta obra de Carlos Ciriza, La cadena que porta el escudo de Navarra es, en sí misma, el ejemplo de un objeto, aparentemente simple, pero que desde el punto de vista de la tecnología, fue un gran avance, al convertir una barra de hierro rígida en un instrumento flexible por medio de unos eslabones articulados más fuertes que las sogas, lo que permite las mas variadas aplicaciones prácticas. Este invento, tan antiguo y útil para la humanidad, podría comparare con los descubrimiento del fuego y de la rueda. Como ellos, no se sabe quién los inventó, ni en qué época y lugar, pero fue también fundamental en el avance de la tecnología hasta nuestro días, ya que es parte integrante de muchas máquinas.

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He mencionado a Jerónimo de Ayanz, como polifacético genio de origen navarro, pero permítanme que hable aquí de otro inventor de Medina del Campo, cerca de la ciudad en la que resido, Valladolid. Se llama Francisco Lobato del Canto y vivió entre 1530, aproximadamente, y 1589. Hace unos cuarenta años descubrí a este personaje, a través de un manuscrito suyo, hasta entonces no estudiado, que estaba pegado, en hojas desordenadas, a las páginas traseras de los atlas de un libro de Geografía de Ptolomeo de 1508, propiedad de un particular. Allí este medinense relataba episodios de la historia de Medina del Campo e interesantes crónicas de la vida medinense de la época, que iban desde 1547 hasta 1585.

Pero lo interesante son los dibujos y descripción de las máquinas, especialmente molinos de su época, muchos de ellos inventados por él, después de ímprobos esfuerzos para llevarlos a cabo, intentando vanamente supurar el movimiento perpetuo, pero consiguiendo logros importantes, como son “molino de regolfo” de su invención que es el antecedente de las actuales turbinas hidráulicas.

Aunque Lobato no se parece en nada a Jerónimo de Ayanz, tienen algo en común. El navarro inventó un precedente de la máquina de vapor, origen de la energía térmica fundamental en la revolución industrial del siglo XIX. El medinense Lobato, independientemente, había logrado lo que sería después la turbina hidráulica, también sustento de la revolución industrial. En definitiva la “hulla negra” (el carbón) y la “hulla blanca” (la hidráulica), tienen un origen español a través de dos inventores muy diferentes. Ayanz era un gran científico, con una sólida formación que negaba el “móvil perpetuo”; pertenecía a la nobleza Navarra, fue un militar herido gloriosamente en la batalla, gobernador, regidor, Comendador de la Orden de Calatrava, administrador de todas las mimas del extenso reino hispánico, emprendedor de industrias, pintor, compositor y autor de otras de música que canta él mismo y muchas otras cosas.

En cambio Lobato no era noble, aunque poseyera tierras y molinos; era lo contrario a un héroe: en la guerra de las Alpujarras, en que se vio envuelto contra su voluntad, sólo contrajo una enfermedad de cálculo renal. Dibujaba deficientemente, por lo que tenía que suplir sus diseños de máquinas con prolijas explicaciones y, como hemos dicho, creía en la posibilidad del móvil perpetuo. Aún así, sus invenciones fueron también importantes.

Entonces, ¿por qué hablo aquí de Lobato? Y ¿cuál era su relación con Navarra, donde no consta que estuviera nunca?

Me he referido al contenido del manuscrito de Francisco Lobato, indicando que no solo tenía dibujos y explicaciones sobre máquinas e invenciones realizadas por él, sino que había redactado un índice para escribir la crónica de Medina del Campo y noticias sobre sucesos cotidianos de su villa y de sus habitantes. Lobato esta plenamente integrado en la vida medinense y, entre otras actividades, era un miembro activo y muy devoto de la Cofradía de la Vera Cruz.

Relata su participación como cofrade en las fiestas de la Cruz que se hacían alrededor del 3 de mayo y eran famosas en la época, hasta el punto de que una conocida comedia de Lope de Vega “El caballero de Olmedo” se sitúa en las fiestas de toros que se hacían en Medina, asistiendo el rey.

Francisco Lobato organizaba parte de la cabalgata que tenía por objeto honrar la Cruz y costeaba carrozas y desfiles, escribiendo versos que glosaban hechos acaecidos en la antigüedad, en los que la Cruz fue la protagonista; estas hojas de versos se lanzaban desde las carrozas a los asistentes y a veces se cantaban acompañados de los músicos.

Por el manuscrito conocemos tres de estos versos. Uno estaba dedicado a Horacio, y su triunfo contra los persas, que escribió en 1586, el más tardío, esta incompleto y habla del heroísmo de Temístocles, capitán ateniense. El que vamos a referir aquí es de la década de 1570.

Evidentemente, son versos escritos por un aficionado, para ser cantados dentro del entusiasmo de la fiesta de la Cruz. Lobato, al final de su vida, escribió además un bellísimo soneto dedicado al amor divino, en el estilo de San Juan de la Cruz, que fue publicado después de su muerte.

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Hace varias décadas, en 1987, publicamos estos versos de Lobato, junto con su obra técnica, en una edición poco difundida de la Universidad de Valladolid. Los romances de Lobato son casi desconocidos y por ello voy a leer aquí el que se refiere a la batalla de las Navas de Tolosa que encaja con el espíritu del premio Cadenas de Navarra y de la Asociación Doble 12 que lo concede.

Dice así:

En el año de 157_ fue mayordomo Cristóbal de Castro y Cristóbal de Medina y se hizo una máscara a caballo en que iban el rey don Alfonso y el rey don Pedro de Aragón y el rey don Sancho de Navarra y Medina y Segovia y Ávila y muchos a caballo muy galanes con hachas en las manos ardiendo y el estandarte de la cruzada, sino que salió muy tarde e iban dos truhanes cantando con dos guitarras este romance que yo compuse:

Toda la España se junta

contra la gente pagana

rey de Castilla y León

toda su gente juntaba

como señor de la tierra

do la batalla se daba

contra Miramamolín

que de Marruecos pasara

con treinta reyes consigo

doscientos mil de batalla

pues su campo en la(s) sierras

que de las Navas se llaman

que son en Sierra Morena

tierra muy áspera y brava

que detrás del Castroferral

que le tomó por muralla

y aquese buen rey Alfonso

ese lleva la vanguardia.

Acompáñale Toledo

Madrid y Guadalajara

Con Soria, Aienza y Molina

y muchos pueblos de España.

Y aquese buen rey don Pedro

Que en Aragón reinaba

con los nobles de su reino

llevaba la retaguardia

Y aquese don Sancho el Fuerte

que era rey de Navarra

éste llevaba consigo

a Medina, Segovia y Ávila

con las gentes de sus pueblos

que era el cuerpo de batalla

todos van con voluntad

de morir en la jornada

y con cruces en los pechos

que era la Santa Cruzada

que les fuera concedida

por el sumo y santo Papa.

Acometen a los moros

con furor y fuerza tanta

que a los moros les convino

desordenar su batalla.

Y cargaron con tal fuerza

contra la gente de España

que empiezan a retirarse

el común y gran canalla

y los nobles españoles

estos sostienen la plaza

con el favor que le llega

de aquese rey de Navarra

y de las gentes que he dicho

que era el cuerpo de batalla

e hirieron de tal suerte

contra la gente pagana

que les rompen el palenque

que el fuerte real cercaba

de cadenas y camellos

y gente que le guardaba

y Almanzor se fue huyendo

y se venció la batalla.

Fuer por virtud de la Cruz

Que en la real batalla andaba

la cual llevaba Pascual

Canónigo de gran fama

Por guión del arzobispo

Que aquesta historia contaba

Y así se dio a la Cruz

la gloria de esta batalla

y a los nobles españoles

y aquese rey de Navarra

y a los pueblos que dije

que era el cuerpo de batalla

Aparte de las exageraciones y errores propios de la tradición romancera de esta época y del ambiente entusiasta y festivo en el que se cantaron estos versos, hay que ver en ellos sentimiento de todo un pueblo por un sucesos ocurrido hacía unos 360 años, pero que aún perduraba vivamente en la mente de sus gentes.

Lobato comienza con el verso “Toda la España se junta” y esa conciencia de unidad se refleja a lo largo de toda la acción, en la que se relata la participación de los reinos y ciudades, entre las que se encontraba la suya, Medina, bajo el rey de Navarra, es la primera enseñanza de este romance, especialmente en la época en la que vivimos.

Francisco Lobato sitúa como protectora a la Cruz, siguiendo el espíritu religioso de la época, acentuado por el propio Lobato, hombre de una extraordinaria fe, que se refleja en todo el manuscrito, incluida en la parte técnica. En la festividad de la Vera Cruz, de la que Lobato era cofrade, la costumbre consistía en exaltar el guión de la Cruz, que en la batalla de las Navas portaba un canónigo medinense, según Lobato.

Pero hay otro símbolo que aparece a lo largo es este romance: las cadenas arrebatadas al enemigo, después de romper

el palenque

que el fuerte real cercaba

de cadenas y camellos..”

todo ello

con el favor que les llega

de aquese rey de Navarra..”

Desde esta batalla, las cadenas de la Navas de Tolosa forman parte del escudo de Navarra como su motivo esencial. Como consecuencia de ello, entran dentro del escudo de España, donde todos estamos representados. Están también en este galardón que tengo ahora el honor de recibir y del que me siento orgullos por estos y otros tantos motivos.

Pero queda aún algo que relatar para terminar mi intervención: ¿Qué hicieron los medinenses con las cadenas que, según las leyenda, les correspondieron por su participación en esta batalla?

He aquí lo que he podido averiguar:

Uno de los puentes de Medina del Campo que cruzan el pequeño río Zapardial, se denomina “de las Cadenas”. Evidentemente no es un puente colgante que utiliza cadenas como elemento de suspensión del tablero, al estilo del famoso puente de las Cadenas de Budapest sobre el Danubio, entre otros ejemplos notables. El río de Medina es más modesto y su cauce se salva por ojos de piedra medievales. El nombre de este puente medinense proviene precisamente de las cadenas de la batalla de las Navas de Tolosa.

Según la “Historia de Medina del Campo” (1903) de Ildefonso Rodríguez y Fernández, que recoge los datos de los cronistas castellanos de ka época, los combatientes medinenses se llevaron a su ciudad parte de las cadenas que habían arrancado del palenque moro de la batalla de la Navas y las colocaron como balaustrada en el puente que aún se denomina “de las Cadenas”, aunque ahora su antepecho es de piedra, como el resto del puente.

En el año 1827 se depositaron las cadenas en la cercana parroquia de San Miguel, hasta que se emplearon el caño de la plaza de la iglesia, ya en el siglo XX. Del resto tengo las noticias que me ha comunicado el cronista actual de Medina, Antonio Sánchez del Barrio. Al parecer, las cadenas estaban muy deterioradas y parte de ellas se fundieron, sirviendo para hacer unos bancos de hierro en los años cincuenta del siglo pasado; otras acabaron convertidas en arcos de enredadera para los jardines de la plaza del Pilar a finales del siglo XX. Pero la gente ya no recuerda que estos eran los restos de una cadenas que, según la tradición, habían tenido un papel fundamental en la batalla de la Navas de Tolosa de 1212.

Con este uso actual de unas cadenas de hierro, tradicionalmente considerados procedentes de un hecho de armas en el que coincidieron diversos reinos y pueblos de España, quiero simbolizar el olvido en que hemos caído muchas veces de la importancia de nuestra historia y de sus símbolos. Espero que este recuerdo de la participación de Medina del Campo, unida para la ocasión al reino de Navarra, sirva para valorar aún más la necesidad de conocer nuestras historia y respetar nuestras tradiciones.

He pretendido aquí unir la historia con la técnica y Navarra con Castilla, a través de dos inventores muy diferentes: el navarro Jerónimo de Ayanz, que honró a su tierra y el medinense Francisco Lobato que cantó la victoria de su pueblo y de Navarra en la batalla de la Navas.

Del primero estamos todavía descubriendo nuevas aportaciones a la ciencia y al arte. Del segundo esperamos la publicación de una reciente tesis de Carlos Jiménez, dirigida por Andrés Martínez y por mí mismo, que difunda la obra desconocida de Francisco Lobato.

De esta forma intentaremos rescatar y divulgar las obra, poco apreciada, de los españoles que se dedicaron, ya desde el siglo XV con las primeras patentes, a realizar invenciones que cambiaron nuestras vidas, A ellos estamos unidos por unas invisibles pero invencibles cadenas.

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Un comentario

  1. ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

    Osea que le dan un premio a un tío de Valladolid que escribe sobre un militar que nació en Guendulain y que con 14 años se fue a Madrid y allí vivió toda su vida… sirviendo a Felipe II.

    Esto hace 5 años hubiera sido un Contrafuero de manual.

    ¡Enhorabuena! Bienvenidos al mundo real. Algo tarde, pero bienvenidos.

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