En «El hombre y lo divino», María Zambrano escribió que el templo es la casa del hombre. Si es así, la ideología materialista dominante hace que nuestra sociedad opulenta en buena parte esté compuesta paradójicamente de «homeless», de gente sin casa. O también hace que nuestro mundo, con los templos abandonados o vacíos, sea como una granja, un habitáculo poblado de seres sin vínculo con lo divino, sin el rasgo más distintivo de lo humano. La granja ha eliminado o cerrado cualquier claraboya que pudiera abrirse a lo sobrenatural y permitir la entrada de un mensaje divino. Los únicos mandamientos válidos en ella son los políticamente correctos. En la granja se adiestra a las crías para que desarrollen una animalidad satisfecha, adaptada al medio, sin otro horizonte, necesitada sólo del reconocimiento y la aceptación de los igualmente necesitados de aceptación y reconocimiento. El emperador Marco Aurelio, amo de la granja en sus días, objetaba con razón a esa vida granjera en sus «Meditaciones»: «¿para qué vivir en un mundo sin dioses?»
En la granja se cumple el lamento del profeta Jeremías: «desechan la palabra de Yahvé». Si Jeremías se dejara caer por nuestra granja y empezase a decir «así dice Yahvé …» hablando en Su nombre, acabaría encerrado en un psiquiátrico. Si fuera Juan el Bautista el que aterrizase y se pusiera a bautizar en el Arga y a gritar «¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?», Asirón le mandaría a los municipales para que lo multasen por alteración del orden laico y euskaldún de la granja y lo desalojaran de inmediato. Y si quien viniera fuera el Maestro que dijo «tus pecados te son perdonados» o «pero Yo os digo …» en lugar del «así dice Yahvé» de los profetas, su éxito en nuestra granja sería incluso menor que el de la vez anterior. Tendría que repetir con más motivo lo de «mi Reino no es de este mundo». En nuestra granja no sería necesario acabar con él ejecutándolo como la primera vez. Bastaría con mostrarlo como un trastornado con pretensiones ridículas. Con llevarlo por ejemplo a La Sexta a que los alegres tertulianos y el divertido público pasasen un buen rato burlándose de él como los soldados romanos, hasta dejarlo en evidencia como un pobre diablo, un «ecce homo». ¿Qué haría? ¿Daría clases de exégesis bíblica en alguna facultad de Teología? ¿Hablaría en las iglesias? ¿En los parques públicos? Muchos apretarían el paso en este caso para alejarse, diciéndose «¡vaya zumbado!». Alguna feminista de Podemos se quitaría el sostén en sus narices en plan de burla. ¿Algún simpatizante influyente tipo Arimatea le conseguiría un trabajo? ¿Le llamarían de un Civivox para dar cursos de autoayuda? ¿Viviría de limosnas? ¿Sería un «sin casa» de los que duermen en los cajeros de los Bancos? ¿Viviría en el Palacio Arzobispal? Es impensable imaginar a algún miembro del actual Sanedrín político foral yendo aunque fuera de noche y a escondidas como Nicodemo a visitarlo llamándole «Maestro», y a interesarse por su mensaje. Menos aún a rogarle «hijo de David, ten compasión de mí». ¿Quién creería que sus palabras no eran sandeces sino la verdad esencial?¿Le daríamos las gracias por haber venido? ¿Qué diría a quienes le han dejado de lado en Europa, en España y en Navarra? ¿Qué pensaría de la celebración de la Navidad en la granja?