El nacionalismo empieza a sugerir que el norte de Navarra tiene derecho a separarse del resto

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Como ya hemos señalado en anteriores ocasiones, esto del derecho a decidir, por democrático que suene y se nos suela presentar, en realidad puede ser lo menos democrático que existe. Que una provincia rica o que encuentra petróleo se quiera separar del resto para disfrutar sola de los beneficios, ¿eso qué es?, ¿democracia? Si en el conjunto de Navarra el nacionalismo es minoría pero en tal o cual zona es mayoría, ¿cómo llamar a que se pretenda que esa zona decida por su cuenta en vez de acatar el resultado mayoritario en toda Navarra? ¿No sería entonces el derecho a decidir un truco para burlar la voluntad de la mayoría de los navarros? ¿Eso es democracia o todo lo contrario de la democracia.

Cuando se argumenta en estos términos en contra del “derecho a decidir” se suele decir que este tipo de situaciones son demasiado especulativas, que la reclamación del derecho a decidir siempre obedece a situaciones históricas profundas y no a caprichos ni ocurrencias, que por tanto en el mundo real el derecho a decidir no es una idea disolvente ni autodestructiva, que si se reconociera como derecho generalizado haría imposible la permanencia de cualquier grupo o comunidad.

Pues ya se ve que no.

Que alguien pudiera pensar en reclamar para el norte de Navarra el derecho a decidir al margen del resto de Navarra ya no es una mera idea especulativa, mucho menos una sugerencia maliciosa de la navarra beaumontesa y españolista para cuestionar el derecho a decidir desde postulados fantasiosos.

Este viernes el Diario de Noticias publicaba un artículo de José Mari Esparza Zabalegui titulado: “¿Qué hacemos con nuestro Ager Vasconum?”.

El autor reflexiona sobre la coloración política del “mapa de Euskal Herria”, haciendo notar que en Navarra “Bildu ocupa la mitad norte, llegando hasta Tafalla, Uxue y Aibar, y es segunda fuerza en toda la Zona Media. Mientras, la Ribera la ocupa la derecha españolista, que va arrinconando al PSOE, y desaparece, tragado en un agujero negro, el voto abertzale”.

Desde esta premisa, siguen argumentando Esparza, “el mapa causa desazón: es de nuevo el Saltus y el Ager Vasconum de los romanos. Montaña y Ribera. La Marca Superior de godos y árabes. La “frontera de moros”, sobre el río Aragón, del siglo IX. Es el Estado Carlista decimonónico. Es un calco del mapa del euskera de Bonaparte de 1863. La muga de la piedra y del adobe. Muga toponímica también, donde se besan, y se separan, el topónimo Iratxeta (helechal) y Olibardía (olivar). El sí y el no, milimétricos, del referéndum de la OTAN. El Norte que se siente vasco, y el Sur que no”.

La consideración final del artículo es la siguiente: “¿No sería mejor ser pragmáticos y comenzar a dibujar el mapa de Euskal Herria de Caparroso hacia arriba (como ya lo hacían algunos cartógrafos alemanes) acorde con la voluntad que una y otra vez expresan las urnas? Y no lo digo sólo por provocar”.

Da la impresión de que el nacionalismo vasco puede llegar a barajar dos estrategias para Navarra. La primera borrar toda diferencia y euskaldunizarla por completo, la cual sería la estrategia hasta ahora. El plan B consistiría en aceptar que no es posible euskaldunizarla y entonces pasar de negar las diferencias a utilizarlas para partir Navarra y amputarla. Parece evidente que al nacionalismo tanto le da decir que la zonificación es una ficción inexistente como convertirla en una realidad incontestable, siempre que pueda utilizarla para conseguir sus propósitos, total o parcialmente, de una vez o por etapas.

José Mari Esparza Zabalegui es escritor e historiador, autor de libros como “Mapas para una Nación. Euskal Herria en la cartografía y en los testimonios históricos”. Además es el director de la editorial Txalaparta y articulista en medios como Gara-Naiz, el Grupo Noticias o rebelion.org.

Además es una de las personas que acudió a recibir como una heroína a la etarra tafallesa Inés del Río cuando fue liberada por la derogación de la “doctrina Parot”.

zonif

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