Parece que  lo de educar en esta sociedad, al menos así lo demuestran algunos altos cargos de la Administración, políticos progresistas y los sindicatos mayoritarios, es un campo exclusivo de la escuela, gran error, y así nos va.

El oficio de educar corresponde a ámbitos  más específicos, como es la familia y la propia sociedad. La escuela tiene que cumplir con su función, que bastante difícil lo tiene, dado que siempre encuentra barreras, barreras muchas veces puestas por las propias familias, queriendo imponer sus puntos de vista, que no están basados en unos buenos principios pedagógicos, más bien en comodidad o caprichos.

La sociedad también pone modelos poco deseables, pero la escuela debe saber saltar muchos obstáculos para llegar a la meta con éxito, a pesar de que emplea muchas energías, que sería bueno poder emplear en otros campos.

La educación es como la ciencia, salvando algunas diferencias. En la ciencia los resultados se evalúan por lo que son, no se cuentan los procesos que se han seguido en la investigación hasta llegar al final. La familia debe de disponer de probetas llenas de disciplina, respeto, cordialidad, amor, sensibilidad, criterios, prioridades, sacrificio, esfuerzo, confianza en sí mismo, libertad de pensamiento, hasta llegar a conseguir un educando con una etiqueta marcada con el nombre “Es fulano/na, coherente y responsable”. Cada parcela citada anteriormente va cargada de grandes dosis de paciencia, dado que los resultados no se ven a corto plazo.

¿Y la sociedad? Educar también es convivir con el otro y es la propia sociedad la que tiene que poner los límites. Tienen que alimentar la convivencia y la cooperación con estereotipos adecuados en la calle, en las carteleras, en los espectáculos, en asociaciones, en restaurantes, en comercios, en competiciones, en las carreteras, en el médico, en… Todos formamos parte de esa sociedad y todos debemos contribuir a mejorarla desarrollando bien el oficio de la educación y entonces dejaremos de oír “no puedo con él o con ella”

Cada decisión en educación supone una renuncia que se convertirá en éxito si se hace con rectitud de intención y se pone paciencia, casi tanta como la del agricultor que siembra trigo y ha de esperar nueve meses a cosecharlo cultivándolo durante todo este tiempo.

 

 

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